Cómo nació Camelias
Cómo nació Camelias
¡¡Holaaa!! Quiero aprovechar esta primera entrada para presentarme. Mi nombre es Ana María, pero quédate con lo que quieras, Ana Mari, Ana, Anita… Y soy una autora novel.
Todos los autores lo son una vez.
No voy a decir que siempre he querido ser escritora, porque no es así. Pero sí es verdad que mi cabeza ha creado todo tipo de historias, porque con lo cotidiano no tengo bastante. Pienso a la vez en unas siete cosas, con lo que, en realidad, no me concentro del todo en ninguna.
Y creo que lo que ahora toca es hablar de mi libro.
Como nació Camelias…
Hace de esto muchos años, pero muchos, aunque lo recuerdo perfectamente:
Hacía el Camino de Santiago. Lo hice a poquitos. Quiero decir que no más de cinco etapas cada vez; en solitario naturalmente y en octubre casi siempre. Llegué a un pueblo, ya en Galicia, de los muchos por los que el Camino me obligaba a pasar. Era un pueblo importante. Serían las tres de la tarde, ¡un calor!, que, madre mía… No había decidido quedarme allí, así que atravesé la calle El Río (nombre inventado) hacia la salida, pero una casa me llamó especialmente la atención. Era doblemente blasonada, la parte baja tenía tres portalones de madera robusta en arco, la de en medio más ancha y alta que las otras; pensé que sería la entrada de coches y carruajes. Otro piso con ventanas y balcones de forja labrada y lo que podría ser el ático, o faiado que dicen en Galicia.
Una placa: «La casa del Escritor» (nombre inventado).
Las ventanas y balcones tenían contraventana. De entre ellas asomaba un visillo que alguna vez debió de ser blanco, con telarañas colgando. Y allí me quedé plantada, en lugar de mirando las musarañas, las telarañas. Una mujer, de aspecto muy humilde, se paró a mi altura con un carrito de la compra. Me habló, le hablé, pregunté que quién era o había sido el personaje, ella me contó una historia y yo la escuchaba cada vez más interesada.
Unas voces que parecían de ángeles llegaron a mis oídos. La mujer me dijo que lo que teníamos enfrente de la casa era un convento de monjas, que había una pequeña iglesia y que se podía entrar. Hablamos un poco más (conversación que se describe en Camelias) y nos dimos dos besos como despedida.
Entré en el pórtico de la iglesia, el frescor era de agradecer. Abrí la puerta de la entrada y vi que estaba completamente llena, pero de novicias, supongo, porque todas vestían de blanco, la cabeza cubierta y agachada. Entonaban unos cánticos increíbles, en un hueco apartado que localicé me senté sobrecogida… Y allí repasé mi vida.
Nunca dejé de pensar en aquel momento y en aquella casa. «Debo escribirlo», me decía. «Ha sido una señal».
Y de ese hilo creció un ovillo que no paraba de crecer, pero yo no tuve, en muchos años, el suficiente arranque para empezar. Pero un día sí… Todo lo que llevaba en la cabeza comenzó a salir, como si hubiera explotado una presa. Escribí tanto, tanto, que llegué a lo que podían haber sido 940 páginas. Lo que me costó una barbaridad fue borrar y borrar…
Dije que no me quería alargar demasiado. Así que me planto. Otro día más.
¿Qué cosas me gustan?
Muchas, por ejemplo las muñecas. Voy a terminar cada entrada con una diferente y así podréis conocer mi colección… Y a mí un poquito más.
¡Qué tengáis muy buen día!
Felicidades por tu primer libro editado,seguro que será el primero de muchos que vendrán.
Me gusta como describes,situaciones,personajes ,lugares y hasta los sentimientos, te engancha,lectura amena que te hace olvidar problemas y adentrarte en la novela,en días de playa para disfrutar de una novela es estupendo.
Podría ser muy bien el guión para una serie de televisión,seguro que con éxito.
Muchas gracias.
¡Gracias a ti por leer Camelias!